Cada vez me siento más mal por nosotros los mortales. Cada vez entiendo menos esa necesidad que tenemos de publicar nuestra vida, o las ajenas. Y hay gente que siente un limbo delicioso cuando pasa algo así.
Regresé un día de casa de unas amistades, donde se suponía veríamos la UEFA Champions
League, pero nunca llegó la señal. Lo que sí vino alguien a poner una cámara
que quería probar en un equipo súper sofisticado casi de estreno. La primera carpeta
mostraba a una presentadora conocida de la televisión, mientras disfrutaba de
sus más preciados momentos, esos especiales e íntimos.
Apareció el morbo.
Aquella habitación llena de jóvenes, mujeres, adolescentes pendientes a cada
detalle, el “¡mira eso!, ¡qué lástima!, ¡qué asco!, ¡si yo la cojo…!”. No pude
sentirme peor.
A veces tenemos
algo de culpa de lo que nos sucede. Tentamos al Diablo y Él termina riéndose de
nosotros con su habitual ironía. Otras tantas ponemos en manos no adecuadas
nuestra privacidad. Entonces… “¡Hey, tengo unas fotos de…! ¡Dámelas!”, y pasan
entonces de móvil en móvil, de memoria a memoria, de una máquina a la otra.
Entre tanto, “la
mujer más linda del mundo” se mueve dentro de La Habana sumida quizás en la
mayor ignorancia hasta que alguien la despierta de la manera más brusca:
“¡Toma! ¡Un Power Point con una fiesta tuya!”. Se echa a perder una noche que
debió ser cuando menos, excitante.
¿Por qué nos
maltratamos la magia los unos a los otros? ¿Por qué publicar tan preciados
momentos o es que no es suficiente compartir ese pedacito de nuestras vidas?
¿Por qué darles la posibilidad a personas con poder de decisión de hacernos, o
hacerle daño a alguien que nos entregó su pasión en un momento dado? Y no puedo
culpar al decisor que tome una medida que proteja la imagen, quizás ya
afectada, de su espacio televisivo.
Me pongo en su
lugar. ¡Cuánto me habría dolido la cabeza al pensar qué pasará! “¿Quién me habrá
mandado? ¡Qué hij…!”
Me he sentido mal
desde entonces. Fui a ver la Champions y terminé, sin quererlo, en la
habitación de la mujer más linda del mundo y ella, nunca lo supo.
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