sábado, 6 de diciembre de 2014

La cola y el festival de cine



 Por: Mario Herrera


Ya comenzó el Festival de Cine Latinoamericano de La Habana y con él toda la fiesta que arrastra a los habaneros a llenar las salas sempiternas vacías. Las salas de cine de Cuba están muy lejos de lo que conoce el resto del mundo hoy día, cuyos cines son más pequeños. Nosotros somos cinéfilos a la antigua y nunca cambiamos aquellas naves primarias con capacidades de más de mil personas para ver una peli.
 Con el festival viene un fenómeno social que conocemos muy bien, con sus normas consuetudinarias y las que aparecen por cuestiones de necesidad o problemas organizativos: la cola.

 La cola, o la fila, línea o como quiera llamarle no es más que el orden lógico de las cosas. El primero tiene el derecho de entrar primero y el último se aguanta la respiración a ver si cabe.
 Pero no olvidemos que hablamos de La Habana.
 Bien famosa es la anécdota del policía que se preguntaba cómo era posible que la gente rompiera el cristal de la entrada de un cine para ver una película con los empujones, el carterísimo, los rescabuchadores, los falsificadores de entradas, credenciales y pasaportes, los abuelos que culpan a los jóvenes e intentan colarse a expensas  de la edad. Nada, es todo un circo que no vale la pena disfrutar y que termina por ponerle un trago amargo a lo que debe ser una fiesta.
 Los polis cubanos son tan listos como las madres que les hacen muchos moñitos a sus hijas con felpitas de colorines y al final uno no sabe si se trata de una niña, un arcoíris o una maqueta del VIH con todas sus paticas; pero este, al menos, tenía razón.
 Hay cuestiones y cuestiones. Ejemplo: estoy de acuerdo con la existencia y preferencia que reciben las Credenciales. Se supone que son trabajadores del medio, invitados, artistas que participan. Lo que pasa, repito, es que es La Habana. Aquí ya empieza el problema porque la persona que distribuye la credencial se consigue además una para el novio, la amiguita, la jevita del novio o la que hace el trío con ella y el novio; para el vecino, el amigo fuerte de la escuela, el amigo del amigo fuerte de la escuela y el amigo, del amigo, del amigo fuerte de la escuela que le manda un regalito a cambio del “favor desinteresado”.
 Otra de las grandes ideas es la creación del “Pasaporte” (vaya nombre, ¿no?). A uno le conviene porque en esencia te ahorras unos pesitos. Es comprar entradas al por mayor a un costo inferior a lo que te costaría comprarlas independientes. Y están los que compran la entrada de forma normal. Hasta ahí, bien.
 La cuestión es cuando todos se juntan a ver una película al festival.
 La Cola, con sus leyes no escritas, entra a jugar un papel determinante. Las autoridades, con su inteligente inteligencia, quieren entonces hacer una para los acreditados. Correcto. Una para los Pasaportes, una para los que tienen entradas y si queda espacio, una para los que no tienen entradas. ¿Me siguen?
 La pregunta se cae de la mata: ¿para qué hacer una cola para los que tienen pasaporte y una para los que ya tienen el ticket para entrar? ¿Acaso el Pasaporte no beneficia a uno con el ahorro para también molestar a los demás? ¡Qué haga la cola como el resto!
 Pero como dijo un humorista: “¡Párese veinte minutos en un lugar fijo y al siguiente hay una cola!” Llegan los Jeques. Casi todos veteranos de la hilera. Dicen que son los primeros y casi siempre lo son (en formar el relajo), tienen la complicidad del agente del orden que no entiende cómo se puede perder el tiempo en ver una película en la que no se tira un tiro ni se da un gaznatón. Y así sucesivamente, cada persona que llega impone su ley.
 ¿Y eso de que los últimos serán los primero? Cumplido. Con tanto orden y atención, el personaje que casi siempre se beneficia el El Colado.
 Mejor termino estas letras para ver si veo una película, de esas cubanas que uno no sabe si la pondrán después que la maquinaria de la censura pase sobre ella.



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