Por: Mario Herrera
Nada es más
deprimente que una asamblea de balance. Vaya, es indescriptible la zozobra con
la que uno termina.
Usted va todos los
días a su trabajito y sortea cada uno de los problemas como si estuviera en
unos juegos extremos de la Red Bull. La computadora es más lenta que una
neurona aburrida, la impresora es tan vieja que en vez de imprimir baila “El
Buey Cansa´o”; el papel es de uso y reuso. Pero uno ahí, se rompe la cabeza y
resuelve la cuestión.
Lo malo de los
balances es que son varias las oficinas y todos a la vez se quejan de lo mismo.
Usted sabe, pero le entra un bajón cuando escucha hablar de su problema en
tantas bocas…
Pero no peor no es
eso. Lo peor es que la reunión está dirigida por nuestro amigo el Insensócrata
que lo hace parecer a uno un egoísta por querer mejores condiciones de trabajo
y al final hay quien se lo cree. Eso sí, soluciones, las mínimas. “No hay
recursos, vamos a resolver las cosas porque …si nos tenemos que quitar algo
para dárselo a los que la necesitan, lo hacemos”.
“¡No hay
computadoras! Las actuales no sirven para las condiciones informáticas actuales”.
“Ah, pero eso lo compra en ministerio tal y nos lo asigna”. Se levanta el
ingenuo y propone una solución pero no se puede porque eso lo hace tal
ministerio y no es por un problema de burocracia.
Nada, que
comienzas a desear que se acabe de una vez y que te den la merienda, si la hay.
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