Por: Mario Herrera
Hacía tiempo que
no daba una vuelta por el Malecón habanero. Como ahora resido al oeste de la
capital, mis opciones recreativas rondan esa zona y por eso me alejé del
centro.
El sábado llamé a
un amigo y mi compañera en la vida y yo nos fuimos a visitarlos en el Barrio
Chino. Ya ese no tiene nada de Chino
y sí mucho de Barrio.
El lugar es feo y
excesivamente cargado de borrachos, maleantes y gente que apenas ven a un extranjero
le caen como si de ello dependiera la vida. Desde el balcón ubicado en la
primera planta del edificio (que para escondite criminal y orinal público
canino y humano da el perfil) el panorama no se ve agradable. Un vendedor de
mascotas tenía unos cachorros en una carretilla con ruedas y fregaba la jaula
con las pobres criaturas dentro que chillaban por la humedad.
A su lado pasaban
los maleantes y las mujeres de los maleantes con moda maleante, en fin, el
lugar es más feo ahora que cuando éramos jóvenes y estaba en ruinas.
Salimos de ahí
sobre las diez y tanto de la noche y decidimos tomarnos una cervecita para
ahogar el calor de la noche habanera. Bajamos por Galeano para ver si
encontrábamos una Heineken. Iluminada después de una reparación no luce mal la
vieja calle centro habanera, pero no encontramos lo que queríamos o en el único
lugar que estaba, el precio era muy alto.
Llegamos a Malecón
y caminamos cerca de kilómetro y medio hasta 23. Ni un kiosquito que vendiera
agua siquiera. La gente sentada sin hacer mucho, los jóvenes caminaban a
ninguna parte. El muro atestado de personas que no tenían otra opción
acompañados de Chanceller . El Whiskey
brasileño era la opción para tanta gente.
¿Qué pasó con La Habana
que era entretenida y con opciones recreativas para todos? ¿Dónde están los
carritos que el año pasado vendían refrescos, aguas y cervezas en ambas monedas?
¿Qué pasó con los habaneros y residentes que andan las
calles con la mala palabra en la boca, la botella de ron en la mano y las ganas
de pelearse con cualquiera? ¿Qué pasó con las mujeres que andan la zona y solo sonríen,
promueven la grosería?
La avenida 23 fue
peor y más complicado aún alcanzar un medio de transporte para regresar. Pero
llegó un P-5, nos montamos junto a un grupo de adolescentes que arrastraban a
uno tan borracho que casi podía estar en un coma etílico.
Nos bajamos en la
parada con las ganas de una Heineken y de una Habana que fuera atractiva.
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