SÁDICOS GASTRONÓMICOS
Por: Mario Herrera
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Una de las canchas de Coppelia |
“Servir es el
arte supremo. Dios fue el primer servidor”. La Vida es Bella, ¡qué película! En la parte donde
el tío de Guido le enseña al muchacho el tema del saludo. “Servir es el arte supremo”.
Vamos a Coppelia, ya sabe, el lugar más
económico de La Habana, donde enamoran los estudiantes y todos pasamos a
refrescarnos del calor infernal constante. Entras a cualquier cancha o a La
Torre. Pides una ensalada. Se supone que el plato tenga una bola de helado de
cada sabor, pero entre la escasez, el bloqueo impuesto desde Estados Unidos y
la incompetencia interna, ya nos acostumbramos a que tenga uno solo y si estas
de suerte, dos o más (eso ya es un milagro).
Viene el camarero(a), te saluda si lo hace,
pone el agua caliente y te dicta lo que tiene en dos palabras; saca del
delantal la libretica y un lápiz y te mira con cara de a ver qué quieres. Si
eso es lo que hay, bueno, ¿qué se le va a hacer? Pides. Unas veces más rápidas
que otras llega tu orden y es cuándo el calor te acalora. Levantas la bolita de
helado hueca, sólo un cascarón hasta con pedazos de plástico o hielo. Terminas
el “medio” pozuelo y a esperar a que venga a cobrarte. Si te levantas e
intentas irte después de cinco minutos eres un falto de respeto.
Por casualidad te haces el valiente, le pides
que te sirva correctamente. Es muy probable que no sea muy pura la devolución y
te llega con alguna “otra” especialidad de la casa.
Pan con Cucaracha en San José |
Nos vamos del Coppelia. Infelices decidimos
irnos a una instalación en divisas aunque la divisa esté que no se divise. Digamos,
la feria de artesanía en La Habana Vieja, San José. Te sientas en una mesa y
pides un pancito con timba, te tomas una cervecita en lo que esperas. Aquí por
lo menos se sonríen un poco. De repente, lo que no podías imaginar aunque te
torturaran en otro lugar del mundo. Una cucaracha en el pan. Sin pelos en la
lengua, reclamas. ¿Conocen la sensación de hablar con la pared, que encima sea
condescendiente? ¡Y ni te indemnizan! En otro lugar del mundo te pagan la
cuenta por lo menos, pero no aquí. ¿Se imaginan?
Viene un gran amigo de visita. Sacamos una
casa en la playa, en Boca Ciega. Almorzamos en un ranchón cerca de la arena.
Veo que había una cerveza que no existía cinco años atrás y digo: “Voy a
comprar una caja de Tínima de ocho pesos, para que la pruebe”. ¡Error! La
pizarra dice que vale ocho pesos la botellita pero la dependiente la vende a
diez “para buscarse lo suyo” y no se puede uno siquiera llevar la botella. ¡Y
que no te la vende! Del administraidor ni pregunten que ya lo sabe. Nos
quedamos sin cajita porque, tampoco así.
El gastronómico habanero siente un poder
tremendo sobre el resto de los mortales. Gana un salario tan malo como el mío
pero tiene “búsqueda”, lo que deja mejores dividendos. Se da el lujo de ir y
venir en taxi al trabajo, tiene aire acondicionado en su cuarto y celular de
los que te cantan “arrurú mi niño”. Lo justificaría todo si al menos hiciera
bien su trabajo. “¿Quién eres? ¿Qué haces?” “Soy médico”. “¿De los que viajan?”
“No”. “Ah”. Y así pasas al segundo plano en importancia social, sino al tercero
y hasta el quinto.
Saben que lo que hacen está mal y están tan
acostumbrados a las caritas que ni caso hacen. Nosotros nos quedamos sin ganas
de pelear, como si hubiésemos “entendido que hay que luchar de alguna forma”.
¡Y eso que no me metí ni con los productos
elarrobados ni con los falsificados!
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