PASARELA
EXHIBIT II
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Imágenes de la película Los Dioses Rotos |
Por: Mario Herrera
Me la pusieron
difícil. De seguro alguno de ustedes leyó la primera parte, mismo título. Una
crónica sobre un lugar donde nada es lo que parece, o lo que estamos
acostumbrados a creer, donde la belleza tiene precio.
Hay que ser valientes y reconocerlo. Ellas existen, las
hermosas, multilingües y coquetas. Este no es un submundo nuevo ni nada por el
estilo. Es tan viejo como la humanidad misma. Pudieron cambiar los jugadores,
las reglas, pero es el mismo juego de siempre. “Las damas de noche, las
Magdalenas, las que nunca preguntaron si las querías, las de paso, las pañuelos
curafracasos”.
Era un adolescente
en los 90´ cuando llegó el Período Especial, una crisis económica durísima que
se agudizó con agresiones externas. Muchachos, cualquier cosa que les cuente es
poca. Estaba fea la situación. Y proliferaron. De repente La Habana se llenó de ellas
cuando el Turismo comenzó a ser el eslabón más importante de la economía
cubana.
Las “Jineteras”
llegaban de cualquier parte, de cualquier provincia. Se alquilaban en un cuartico
seis o siete de ellas. Buscaban un sujeto que las “representara”. Trataban de
meterse en el bolsillo al policía, al custodio del hotel, la carpetera, todo el
que pudiera impedirle de una forma u otra llegar a la habitación del cliente.
Conversé con
muchas. Me hablaron de falta de oportunidades, escases, hijos, zapatos para
ellos, irse de Cuba. El niño no podía saberlo, “Mamá trabaja duro en La Habana para comprarme
cosas”. Otras veces sí lo sabían y estaban acostumbrados. Realmente me chocaba
y no les voy a mentir, eran bellezas de mujeres, algunas muy inteligentes.
Nací y crecí en
Centro Habana. Vi a muchachas de mi barrio ser “motivadas” por sus padres. Despreciaron
así su juventud, de cama en cama, de viejo en viejo, de “yuma en yuma”.
Había de todo tipo
y hasta una clasificación tenían. A mediados de los 90´se hizo popular el sitio
de encuentros en Monte y Cienfuegos. Ahí estaban las más baratas y en moneda
nacional, vaya, las “Chupi”. Las “Café con Leche” andaban por doquier, en la Habana Vieja, el muro
del Malecón, hasta con veinte dólares (no fue la era del CUC) se conformaban.
Noche de suerte si se encontraban con más. Estaba la de “Cabaret” siempre en la
entrada de una discoteca, un poco más cara, con alguna preparación. Te podías
tropezar con una estudiante universitaria, conocedora de varios idiomas.
Todavía las hay y por último las “Damas”, las de “Traje”, profesionales graduadas universitarias que solo salían una
vez al mes pero la suerte costaba el cielo.
Escuché, a todas,
sus historias, desengaños, las golpizas de los “representantes” chulos, sus
“necesidades”. “Pero no vengas con drama de que eres p... por hambre, di porque
es muy buen negocio o lo llevas en la sangre” dijo el trovador. Muchas se
fueron de Cuba. Otras regresaron a sus provincias después de fracasar. Alguna
enfermó de VIH y sida y las menos pasaron paulatinamente del Cabaret, al Café
con Leche, a Monte y Cienfuegos, a nada,
Este es un tiempo
distinto, más materialista, menos valores morales y créame, no soy un moralista,
pero ya la gente no es igual, es menos humana. Queremos cosas y es un hecho que
el salario es un juguete de bajo costo, pero qué triste llegar a acceder a lo
material con el desecho de otra sociedad. Sí. En otros lugares hay cánones de
belleza impuestos por el comercio y una mala formación que destroza la
autoestima, amén de que pueda venir un sujeto bien parecido u otro, casi todos
los que vienen a por el turismo sexual son incapaces de conquistar en sus
países de origen. Lo mismo pasa con las extranjeras. Ustedes las ven
orgullosas, rellenitas, veteranas, rellenotas con sus “parejas musculosas” y
baratas. Sí, el nuestro es barato.
¿Y yo? ¿Y usted,
papá o mamá que pudiera leer este artículo? ¿Y todo el o la que resistió, que
prefirió cargar una mochila de casetes de video para alquilar películas porque
veía horroroso un panorama como ese? ¿Y el que estaba mayor y no podía hacer
otra cosa? ¿Y el profesional que llegaba a su casa en bicicleta y hacía un
trabajo extra para llevar los frijoles a la casa?
La sociedad
corrupta las aceptó. Me encanta la belleza de la mujer y no soy un mojigato.
Pero una cosa es saber que existen e incluso un día, o una noche, compartir una
aventura sin costo alguno con ellas y otra tener que convivir o serlo. No
pudiera prostituirme, no pudiera amarla y menos ser su “representante”. Habría
que nacer cornudo y apaleado.
No todo es lo que
parece y hay personas que encontraron el amor verdadero, ese de las películas
del domingo por la tarde, en una persona de otro país. Esa es otra historia y
la aplaudo. A las “Damas de noche, las Magdalenas”, las que conocí como humanas
y como mujeres, de las que enamoré en mi adolescencia y juventud más temprana,
las “amé”, las entendí, las acepté, pero nunca estuve de acuerdo con ellas y lo
saben. No después de lo que pasé, viví y dejé de vivir, no después de ver a
tanta gente luchadora de verdad con un jarrito de Milordo para el desayuno.
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