¡Guaguero!
A toda velocidad |
Por: Mario Herrera
Voy en una guagua
cualquiera, la música está a todo volumen, el chofer te pone la mano en la boca
de la alcancía, de esa forma el dinero pasa por sus manos y evita que le den
gato por liebre.
Está que no le
cabe un alma. Con tan buena tecnología, el monstruo todoterreno alcanza
velocidades tremendas y acelera y desacelera de cero a cien y de cien a cero.
La gente se va con la inercia.
Un compañero
estaba tan molesto que apenas pudo bajarse se acercó a la ventanilla del chofer
y con un grito que salió desde lo más profundo de sus entrañas gritó: ¡Guagueroooooo!
Una amiga tiene
una marca que le atraviesa la nariz. Estaba sentada en una ruta 222 y mientras leía
un libro interesante, el manejador del ómnibus Yutong corría al más puro estilo
Juan Manuel Fangio con un Michael Schumacher que conducía un P-4. Resultado, un
toque entre ambos buses, y a correr la sangre. La que mejor salió fue mi Amiga
y el autor del accidente que no sufrió un arañazo.
Y es así casi,
para no decir todos, los días en esta Habana. Los guagüeros se ofenden cuando
les gritas pero dan para hablar. Las nuevas Yutones son buenas pero demasiado
para los choferes cubanos, acostumbrados a romper todo lo que cae en sus manos
y a correr como si se trataran de Fórmula 1.
Si tienes suerte,
llegan dos seguidas, o tres, incluso cuatro que te sirven. Como van a veces por
rutas similares se arma el corre corre
y el sal del medio que me pongo en
busca de pasaje. Pasaje es igual a dinero, si tenemos en cuenta que muchos
ponen la manito delante de la alcancía y que no sé cuánto de lo recaudado va
realmente a la misma, ya podemos hacernos una idea de lo que vale llegar
primero a la parada.
Pero igual pasan
dos o tres pegadas, misma ruta. Hace unos días estaba cerca del Hospital
Militar en Marianao, y pasaron dos P-5 seguidos. Al primero le cabía gente,
pero no paró en la parada y abrió las puertas en la esquina. Detrás venía la
competencia, completamente vacía, con cuatro gatos sentados a toda comodidad y,
¿creen ustedes que se detuvo? Pues no, y la gente en la parada los vio pasar
por sus vidas sin saber que pasaron. Doblaron y a correr.
Me monto en un
P-9. Venía por Avenida 23 y después por 31 que chiflaba. Ya le hubiera gustado
a Sebastián Vettel alcanzar esas velocidades. Un frenazo gigantesco. Mujeres,
niños y niñas al piso, el reggaetón a
tope, y el chofer muerto de risa. Nadie le dijo nada, nadie se molestó, los de
adelante ni se inmutaron, los de atrás pensamos que a lo mejor un borracho se
le atravesó. Después nos enteramos que no, y él puso sus manos una y otra vez
en la boca de la alcancía.
¿Quién les habrá
dado la licencia?
No hay comentarios:
Publicar un comentario