Por: Mayli Estéves
El béisbol cubano ha llegado al punto donde las únicas
notas que genera son de fugas, trifulcas y retiradas intempestivas. De
entrevistas donde las glorias de antaño se desahogan en improperios y «verdades
a medias» con el periodista de turno, y donde las glorias presentes, bueno, no
están presentes.
El punto es que lo identitario se ha ido por el caño,
pero no se fue solo, buena parte de los encargados de la limpieza de lo nuestro
la han ensuciado más. La Serie Nacional, no solo no le importa a más de medio
país, si no que se escuda en chanchullos y otros cuentos para mantenerse a
flote. Y quienes manejan sus hilos prefieren callar, antes de esclarecer
posturas o explicar decisiones. Y no es del todo culpa del Comisionado
Nacional, Heriberto Suárez, a quien en un final le soltaron la bomba en las
manos y no le dijeron cómo apagarla. La inocentada de Suárez fue suponer que no
iba a explotar.
Pero suceden
hechos y nadie con oficialidad (dígase con el puesto adecuado para dar
respuestas) quiere poner el valiente. Como cuando Víctor Mesa incluyó en la
pre-nómina de los Cocodrilos, al sancionado Demis Valdés y el entonces
comisionado Higinio Vélez —que llegaba para la foto de rigor en Villa Clara—
disponía no dar entrevistas a la prensa. O cuando el manager Alfonso Urquiola,
destapó la caja de pandora, dio pelos y señales, puso el dedo en la llaga y lo
más que despertó fue un «regaño» por mostrar el pecho, literalmente, a las
balas.
Está el caso más
mediático en lo que va de año en Cuba. Se le quedan en Dominicana, su principal
estrella, el codiciado y también consentido por ellos, Yuliesky Gurriel, más el
hermanito pequeño, y la Comisión Nacional, en la persona de nadie, ha dicho ni
«esta boca es mía». ¿La directriz cuál fue? Reproducir la escueta nota, mal redactada.
Lo único que han hecho respecto al béisbol en las últimas décadas es callar.
¿A qué le temen?
¿A perder los privilegios que tan lúcidamente denunció Urquiola en su
entrevista? ¿Acaso los tantos compromisos que se acumulan por años en las
direcciones nacionales no son ciertos? La opinión pública nacional es demasiado
conocedora para presumir que el silencio es la respuesta más acertada. No
obstante desde algunos medios hace años que se reclaman declaraciones
atrevidas, que se aparten del discurso trillado y se acerquen más a la realidad
que viven Cuba y sus deportistas. Y sin embargo, no se mueven.
La última, es la
confesión de Víctor Mesa, actual DT de los Cocodrilos de Matanzas, de retirarse
como manager en la Serie Nacional. A esta confesión le sumó el villaclareño una
serie de razones, medios que sí, y medios que no. Casi de inmediato la
Dirección Provincial del Béisbol en Pinar del Río, hizo circular la contraparte
de la historia, calificando al manager de Matanzas en algo menos que falso.
«Cualquier otro criterio, no se corresponde con la verdad», concluía la versión
pinareña del «tira y encoge» en las afueras del Hotel Pinar.
Si Víctor Mesa
dijo que «en Pinar terminé siendo multado por tener un problema con un muchacho
que me insultó con lo peor que se le puede insultar a un hombre, y mi hijo fue
atacado por un individuo». La Dirección Provincial le respondía con un: «Víctor
(...) agredió físicamente, con golpes en el rostro, a dos estudiantes que
pasaban en ese momento, y nada tenían que ver con lo sucedido (...) Quedó
mostrado, mediante testigos presenciales, que el compañero Víctor Mesa agredió
al joven de 18 años. En ningún momento su hijo Víctor Víctor fue agredido».
Finalmente un ente
oficial da respuestas coherentes y deslinda responsables con claridad. Incluso,
colegas pinareños, me confiesan que la demora de la nota —debió salir antes de
las declaraciones de Mesa— sucedió porque no estaban todos los datos para
redactarla, pero que la intención de la directiva beisbolera allá, era publicarla
con premura.
No obstante, esta
vez, y aunque parezca el monstruo de la laguna, no es Víctor Mesa. Hay que
girar el debate hasta otro punto que no sea el «show man». Si se va o se queda
es una decisión personal. Si lo acosan fuera y dentro de un estadio, criterios
habrá de por qué. En una mirada rápida, quien le haya seguido el rastro al 32,
desde que era el más común de los mortales, saben que no fue santo, ni es el
más «oídos sordos» del béisbol cubano. Pero repito, otra vez la situación no
debe quedarse entre «amantes» y «críticos» del 32. Entre el Lobo, y la
Caperucita, entre el bueno y el malo.
Es muy cierto, que
la pelota cubana es un reflejo de cómo anda la sociedad. A los estadios entran
personas en elevado estado de embriaguez, e incluso se beben alcohol dentro. Se
grita de todo, se ofende, se pasa el límite de lo permisible para cualquier
oído humano. La alegría del juego se reemplaza por la rabia. Lo más común es
que, en las gradas, alguna trifulca te arruine el día. Eso es fuera, dentro del
terreno, igualmente sobran las palabrotas, y la guapería barata entre
jugadores, manager o árbitros. Nadie se puede vestir de víctima en esta
historia. Hasta los periodistas y comentaristas han sufrido la agresividad de
estos hacedores de equipos, o figuras del pasatiempo nacional. Lamentablemente
muchos colegas evitan denunciar estos sucesos como corresponde.
En los estadios
cubanos hay poco que buscar, al menos en los que todavía funcionan como sede de
un partido de béisbol, porque el Sandino de Villa Clara mantiene sus luces
prendidas pero para espectáculos musicales. De hecho ha prendido más las luces
para el show cultural que para el deportivo. Lo preocupante es que si no hay
béisbol de calidad dentro de los estadios, qué se encuentra entonces. Pues además
de docenas de fieles, lo que expuse anteriormente.
Lo mejor de la
pelota cubana no está en Cuba, y va desde los jugadores hasta los técnicos.
Aquí se han quedado los recuerdos y la rabia de lo que no está, de lo que «no
me dan». También se quedaron algunos de esos tristes personajes que viven de su
nombre y de sus bienes, a los que les aterran los cambios. El béisbol cubano se
volvió chisme de pasillo, cotilleo de comadres y pasto para bravucones. Con
razón las únicas notas que genera son de fugas, trifulcas y retiradas
intempestivas. Ni un rayo de luz. ¿Quién nos salva?
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