Por: Mario Herrera
“Mi vida, te tengo una sorpresa”. “¿Si, mi
amor?” Contestó Ella que ya pensaba en una cena romántica, o no
tanto, a fin de cuentas no hay dinero en abundancia para eso, pero al menos,
una salidita al restaurante de los pobres en 23 y L, aunque sea en verano, con este
calor horrible y las colas que se “mandan”.
Se montan en un
rutero de cinco pesos. Él luce como un niño chiquito con un juguete nuevo a
pesar de estar en una parada más de cuarenta minutos a la espera del alivio ya no tan aliviante bus. Dónde se supone que no va nadie de pie, hay unos
cuantos y el reggaetón grosero retumba en los oídos de sujeto único que mira
por la ventana hacia fuera como quien quiere escapar y no regresar a ese
asiento.
Se bajan, Ella mira
la cola, la interminable fila de personas que tratan de ahogar al calor con una
ensalada de helados mal servida, mal cobrada, casi hueca y sin solución alguna,
helarobada.
Entonces llega la
sorpresa. Él saca su Samsung Galaxy androide. Saca su billetera, de la misma un
cartoncito con una corteza rara gris que raspa como si fuera un billete de la
lotería. Ella lo ve asombrada y le entra una sensación de desánimo, ve cada vez
más lejos la fila del Coppelia, ve cada vez más imposible la posibilidad de un
simple helarobado.
Levanta la vista y
ve, observa a su alrededor. La gente sentada en una sombra, la que aparezca,
tranquila, asombrada, comunicada con el mundo por las redes Wifi de 23 y a la
vez tan distantes unas de otras.
Bajan la céntrica
avenida en busca de una sombra y un asiento. Él ingresa los códigos que abren
las puertas del internet a dos cañitas la hora. Se le alumbra el rostro. Es
feliz.
Facebook, la
invitación de los socios que una vez crecieron con Él. Táctilmente saca su
tablero teclado y comienza a chatear. “Mami mira esto que bola´o”, “Fulano te
manda saludos, dice que cuándo nos casamos”, “Déjame ver si abro Youtube y
descargo…”
Ella cae en la
cuenta final de que no habrá Coppelia. Se sienta a su lado resignada. Se
derrumba la tarde para Ella. Mira a su lado, hay cientos de personas como Él.
Hasta gente mayor de edad que vino con sus hijos o nietos para que por Skype
buscaran una conexión con los que ya no están y poder verlos después de años.
Ella piensa que al menos esos están justificados. Los que se comunican por esa
vía con los que están de misión. Ve personas con los ojos aguados mirar sus
pantallas con ganas de colarse dentro para darle un beso a la mujer que ama, al
hijo que hace diez años no ve, al nieto que nunca conoció.
Ve también a los “Él”,
metidos más en las boberías de la tecnología y la navegación a la soledad que
por la necesidad de comunicación. Lo que más le molesta es la cantidad de Ellos
y Ellas que andan así.
“Papi, no traigo blúmer puesto”, le dice
al oído. “Espera mi vida, ya casi se acaba la cuenta. ¿Quieres chatear un rato con tus primas?”
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