viernes, 31 de julio de 2015

Crónica de un romance internauta



Por: Mario Herrera
 
 Debo ser muy mal chismoso porque me perdí la parte de cómo empezó, pero igual les contaré.
 Me dicen por un lado que lo vieron en Facebook una vez, le enviaron la solicitud de amistad, la aceptó; después un mensaje que jamás respondió. “¿Y este que se cree?” Preguntaba esa parte. No volvió a escribirle.
 “Jamás vi ese mensaje”, me dice la otra parte. “Y si lo vi ni me acuerdo”. Y pensé en mí y tantísimas cosas que olvido a cada rato, incluidas las de ese mismo momento… ¿por dónde andaba?, Ah sí. Bueno, pues no la vio.

 Pasó el tiempo y se decidió la parte alejada a enviarle otro mensaje. Esta vez sí lo vio, esta vez sí respondió. Se pusieron a chatear por la red social Facebook como si estuvieran uno al lado del otro. Las conversaciones se hicieron cada vez más interesantes, intensas, entretenidas. Podía pasarse horas conectados como si no fuera en Cuba la cosa. Hablaban de todo, desde cocina hasta cómo hacer una mueca capaz de hacer reír a un niño que no ríe.
 El tiempo hizo que creciera la confianza. Un día una de las partes llamó a la otra “cariño”. Le respondieron “preciosa”.
 Otro día hablaron de sexo. Y fue un tema recurrente desde entonces. Llegaron a tenerse una fidelidad tan fiel y real que parecían una de esas parejas de recién casados por amor de verdad.
 Se enviaron fotos de todo tipo. Se enfocaron en la existencia del uno y del otro como eje de la única alegría posible en jornadas de trabajo intenso y lejanía. Llegaron a enamorarse.
 Una tarde, después de meses de intercambios a textos y fotos, se llamaron por teléfono. El internet se volvió un juguete de madera. Aún estaban lejos.
 Se llamaban todos los días, todos los momentos disponibles. Las cuentas telefónicas fueron incalculables. Las voces los hicieron repetirse lo que antes decían por letras. Experimentaron amarse por teléfono. Los orgasmos llenaban de sonido un espacio vacío insaciable. Aún estaban lejos.
 Una tarde cualquiera se encontraron en  la calle.

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