Por: Mario Herrera
Acabo de almorzar. Malo en su elaboración,
peor en presentación pero está ahí, disponible, acucarachado, listo para ser
devorado por los trabajadores del Instituto. Lo dicho, no está bueno pero es lo
que hay y ya me lo comí.
Subo al quinto piso del Instituto, a veces por
el elevador, otras por las escaleras, el ejercicio es bueno para la salud. Hay
dos elevadores. Uno para en el piso que usted desee y el otro es el súper
expreso, quinto y noveno solamente. Pero igual, de una forma u otra subo al
quinto piso. La fila para el servicio de los ascensores es larga, no están
buenos pero eso es lo que hay y hay que subir.
Entro en la oficina que comparto con otras
tres personas en dos mesas. En esencia son otras dos porque los informáticos se
alternan los horarios, uno la mañana y el otro la tarde. Nos acompaña Control
Interno y este servidor que nada pinta con los campos de la oficina. Una sola
máquina para todos. No es la situación ideal pero es la que hay y otros están
peor.
Abro mi mochila, recojo mi tubo de pasta de
dientes y mi cepillo. Voy al baño, llego, lo miro, él me da una ojeada como si
no le importara, a fin de cuentas el lavamanos no tiene pila ni tuberías para
desagüe. Complicado, ya había puesto la pasta dentífrica en el cepillo. ¿Qué
hago ahora? Al menos orino antes de moverme de ahí.
Al lado del lavamanos sin agua ni tubos,
inservible, comenzó en algún momento a echarse basura. Empezó con un par de
cajitas. Las cajitas se convirtieron en cajas, las cajas en cajas, cajitas,
cajones y bolsas plásticas, luego más y al final “Doña Basura ha hablado, ñiá”.
La montaña creció a punto que ya ahí no crecen cucarachas o ratas sino el
proyecto Godzila. Sé que no es lo ideal pero aún así la gente necesita ir al
baño.
Salgo de usar el servicio sanitario para
cambiarles el agua a los peces; aún la pasta está servida sobre los pelos del
cepillo y me voy a otro piso a buscar un lavamanos o algo que me sirva para el
propósito. Bajo primero al cuarto porque apelo a la gravedad. Cerrado. Voy al
tercero, mismo problema con el lavamanos. Subo al seis. No tiene lavamanos, el
siete tampoco. Al octavo no llego porque está cerrado con llave. Me acuerdo de
todos y menciono a la progenitora de algunos. Bajo a la otra entrada del
Instituto. Sé que hay un baño que es el que utilizan los invitados. Llego al
Lobby, el olor me lleva directa e inequívocamente. Busco el lavamanos y lo veo
tan… lavamanos del Instituto, blanco o beige, aún no defino, lindo, sin su pila
de agua ni las tuberías de desagüe, inservible.
La pasta de dientes seca me mira, la miro, nos
miramos; la recojo en mi boca y con la saliva y la lengua intento que cumpla su
cometido. Sé que no es lo ideal pero no hay de otra.
Me quejo con todos los jefes que conozco. En
el quinto piso ya la basura no es basura, es un rincón Institucional en medio
del baño de los hombres, justo donde los fumadores se esconden para calmar sus
vicios sin ser vistos ni expulsados porque eso sí está prohibido. Y hay que
hacer las cosas ahí, en el Instituto, sé que no es lo ideal pero así somos.
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