Por: Mario Herrera
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Gran demanda tienen estos Taxi Ruteros en la capital |
Uno de los mejores inventos de los últimos
quinientos años en Cuba son las guagüitas de cinco pesos, vaya, los taxi
ruteros. Ese viaje que usualmente se te hace infernal ahora tiene un matiz
nuevo, confortable, relajante y sobre todo con aire acondicionado y asientos
cómodos.
Pero como ocurre siempre con las cosas buenas
ya lo empezamos a echar a perder. Lo mismo te encuentras al chofer que para, te
monta y golpea con el grito infortunado del reggaetón en tus mismísimos oídos,
que al cristiano que te monta con música celestial y todo, a más personas de
las que caben sentadas y les cobra igualito que si fueran como dictan las
normas de ese medio de transporte.
Ahora, y que me perdonen las feministas, para
rematar, hay un par de damas que conducen el vehículo. Unas mulatas muy lindas,
por cierto.
No soy de los que dice aquello: “Mujer al
timón, accidente a la vista” o “Mujer al volante, peligro constante”, no. Pero
que son algo diferentes, lo son.
Cuando viene la guagüita te alegras hasta que
en vez de dar la vuelta donde debe, toma otra ruta para ir a la siguiente
parada. Uno está en la primera, en la cabecera del viaje, con una cantidad de
gente que se pone en fila india para abordar, pero no, ellas dan la vuelta a la
derecha, cogen la rotonda y se van.
Pero supongamos que las ves en el camino y les
sacas la mano. ¿Tú crees que hacen algo por detenerse? Vacías andan, pero no
paran para nadie si están en marcha. Tienen que entregar una cuota diaria,
quizás están al cinco por ciento de su recaudación diaria pero no paran; ese
gesto natural de un taxista de cualquier lugar del mundo de encender el
intermitente, girar a la derecha para acercarse a la acera para recoger a un
pasajero como la cosa más normal del mundo, aunque provoquen un accidente
nuclear con la operación, como la cosa más normal del mundo, no la hacen.
Si de casualidad te montas en otra parada,
entonces a fijarse. Primero está el que se cree Don Juan y quiere meterse con
la conductora con frases como: “No sabía que había mujeres tan lindas que
manejaran” o “Me gustaría que me llevaras…”, hasta que ella vira la cara y pone
además un gesto facial que mejor será que te calles.
Lo otro es que te das cuenta el por qué no
paran. Ellas te ven, miran por el espejito interno a ver si hay asientos
disponibles, ven los asientos disponibles, pero cuando regresan la vista a la
calle, sencillamente deciden que no y ahí te quedas.
Complicado el tema. Por cierto, qué porquería
tener que ir al dentista y la forma en que Alemania le ha ganado a Brasil.
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