Por: Mario Herrera
Llegadas diferentes |
Desde el día anterior se sabía que iba a ser
difícil. Ya estaba hecho el anuncio de la lluvia pero no cuándo caería. Para
los europeos era la bendición que les resguardaba de un calor molesto. Para
otros, la noticia no podía ser peor pues no les permitiría disfrutar del
circuito y algunos ni estaban enterados.
El amanecer se mostró gris. La carrera se
suponía empezaba a las ocho y treinta pero demoró lo habitual. Nunca se dijo si
era ocho y treinta hora cubana, pero empezó.
Las triatletas se lanzaron al agua
transparente y fría, nadaron sus setecientos cincuenta metros.
Veintiuna
mujeres de hierro entraron al canal en la Marina Hemingway, todas terminaron el
tramo. Salieron por la alfombra azul, sacaron sus bicicletas del lugar
correspondiente y me montaron a rodar veinte kilómetros en un circuito de cinco
que las haría salir de la propia marina hasta Jaimanitas.
Al terminar, cinco kilos más de carrera. Tras
una hora, cuatro minutos y veintitrés segundos, la norteamericana Renee Tomlin
se quedó con la cinta de ganadora. Diez segundos más tarde entró Kirsten Kasper
y faltaban cinco segundo para que llegara al uno cero cinco Tamara Gómez de
España.
La cubana mejor ubicada fue Lisandra Hernández
con 1:06:35.
La prueba terminó con atletas cansadas,
fatigadas y otras precisadas de asistencia médica.
Les tocó el turno a los hombres. El cielo cada
vez más negro. Se tiraron al agua. Las mismas medidas. La misma historia
acelerada. Cientos de ciclistas y personas ajenas observaban, aplaudían,
empujaban con el ánimo a las y a los rezagados. El borde de la calle parecía
una exhibición de bicis de todo tipo, marca, colores; todas listas para un
sprint en cualquier momento y sus dueños en todas las categorías y edades.
Pero lo que nadie quería, llegó. En la segunda
vuelta de la carrera ciclística explotó la carga celestial del aguacero, viento
cruzado y bajón de temperatura.
Ya un atleta de Estados Unidos había
abandonado la carrera tras un accidente que le dejará un raspón por un buen
rato. Muchos de los espectadores y cuerpo técnico se refugió donde pudo. Las
cámaras de la televisión aguantaron estoicamente el cambio climático y solo
protegieron sus equipos sin acordarse de ellos mismos.
La carrera continuó bajo esas condiciones. El
mexicano Rodrigo González llegó primero tras cincuentaisiete segundos y
cuarentaisiete centésimas. El italiano Daniel Hofer y el irlandés Bryan Keane
quedaron en los puestos dos y tres y Michel Márquez fue cuarto y el mejor
ubicado por los cubanos.
Tras terminar la
prueba y con el clima como estaba, los entripados crono metristas habían
perdido la posibilidad de tener los tiempos parciales por prueba debido al
aguacero y solo pudieron computar los tiempos finales.
Pero el comité organizador tenía un problema
serio. ¿Se podía o no seguir con la siguiente prueba una vez que ya la élite
estaba terminada? Era un movimiento de curiosidad tremendo. Se consultó a los
que mejor conocen el clima, los marineros. El Jefe de los capitanes de yates de
la Marina los consultó y ellos le dieron un ultimátum de dos horas para
desarrollar la prueba.
Como estaban las cosas decidí irme pues no
tenía transporte de ningún tipo que me llevara cerca de la ciudad y menos aún
de mi casa. Seguía gris oscuro y a punto de ponerse más negro el cielo. Se
escuchó por el audio local la orden de ir al punto de salida de los del Open.
Aquí les dejo ahora con muchas fotos.
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