lunes, 26 de agosto de 2019

¡Qué no disfruté! ¡Qué no vuelvo más!


Por: Mario Herrera






 
 No, no se trata de una canción de Sabina.
 Hay cosas malas en la vida que no tienen solución: la muerte, el hambre, la ambición, la enfermedad terminal, los Insensócratas y el Coppelia.

 Tan malo este último como cualquiera de los anteriormente mencionados.
 El pasado viernes, al salir del trabajo, pasé por la heladería más famosa de Cuba. Tras su reapertura, muchas eran las expectativas creadas para la mayoría de las personas de esta y otras ciudades. No para mí.
 Hace años decidí no ir más. El robo, el maltrato, la incompetencia, la demora, eran males tan arraigados que tomé esa decisión. Ese sacrificio para quien gusta tanto de un simple helado, era mejor que el malestar de poder consumir algo que se le parecía. Usted sumaba el volumen de todas las bolas de una ensalada de sabor único, y esa sumatoria, daba una única bola de helado. Los vasos lanzados sobre las mesas, no puestos de manera cordial o amable, sino lanzados. La circunferencia hueca del tan apreciado producto. Las colas interminables muchas veces.
 Pero viene la reparación por los quinientos años de La Habana. Muchos bombos y platillos alrededor del Coppelia. En pleno verano, etapa vacacional, como es lógico, las colas son enormes. Menos el susodicho viernes.
 Pasaban las seis de la tarde. Pocas personas esperaban. Llaman y entro al Coppelia, a ese enemigo jurado de no regresar. Me falté a mi promesa, y pagué el precio.
 La Torre. Subo las escaleras que me llevan a sus mesas, las mismas mesas de antes. ¿Lo nuevo en los cristales? Una calcomanía con imágenes de especialidades de helados, una diferente en cada ventana. Mal puestas, pero decentemente bonitas. Los “brochazos” en algunas malas terminaciones se hacían notar. Pero, en fin, eso es bobería.
 Llegamos a la mesa. Comienza la espera…
 Viene la camarera unos veinticinco minutos después. Nos recita las ofertas de sabores y especialidades. Realmente, en sabores, había variedad. No los 13 diarios que anunciaron los directivos en la televisión nacional, pero al menos había cinco o seis, lo que, enfrentémoslo, es bueno para este Coppelia.
 Vuelve la demora. Un par de señores se impacienta. La dependiente les recomienda que se cambien de mesa para atenderlos ella misma. Uno de los comensales no era cubano. La camarera los atiende con prontitud. EN mi mesa, los cuatro esperábamos.  
 Pusieron dos vasos de agua. Nos miramos a ver cómo nos distribuíamos eso. Mi paciencia ya estaba al borde. La camarera lo notó. Nos trajeron el helado y, pude comprobar, que lo que me había prometido años atrás, nunca debí dejar de cumplirlo.
 EL sabor del helado, era muy bueno (las cosas por su nombre), pero seguía tan hueco como antes, con la misma cantidad de hielo y hasta un pelito de pestaña. Tan mal le cayó a la señora mi impaciencia, que ni las galletas me pusieron en el plato.
 Y volví a jurarme entonces, que como único regreso al Coppelia, es que lo hagan cooperativa o lo privaticen, porque, mientras gastronomía estatal esté detrás de la instalación, nunca será lo suficientemente decente, a menos que venga un alto funcionario estatal a una visita sorpresa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario