Por: Mario Herrera
Hoy, es un día diferente.
El accidente aéreo del pasado viernes aún está
muy fresco para los cubanos, y, aunque nos dedicamos fundamentalmente al
deporte, no quiero pasar por alto este suceso. Y hasta podemos relacionarlo con
otros eventos similares en el mundo del deporte.
Lógico, que a alguien le venga al recuerdo el avión
donde perdieron la vida 71, de las 77 personas a bordo, miembros del club
brasileño de futbol Chapecoense, en noviembre de 2016. También el accidente del
vuelo donde viajaban los jugadores del Manchester United a fines de los cincuenta,
o el vuelo donde perdieron la vida más de setenta personas, esgrimistas cubanos
varios de ellos, en 1976, pero ese cayó por otras manos, con nombres y
apellidos conocidos y sin castigo.
También recuerdo accidentes, no del mismo
tipo, pero con resultados similares, con pérdidas de vidas. Roberto Balado, el
gran boxeador, el gordito. En 2006, uno de los mejores relatores del deporte
que hemos conocido, Eddy Martin y más recientemente, la perdida física del
lanzador artemiseño Yadier Pedroso, llegado del Clásico Mundial de Béisbol 2013,
y su familia. Estos por accidentes de tránsito.
Alguien dijo una vez que accidente es a
palabra que inventamos los humanos para no sentirnos tan mal después de un
error prevenible cometido, palabras más, palabras menos, y termina en cierta
forma, por tener la razón.
Como todo suceso, tiene lados buenos y
negativos. Hasta ahora, los ejemplos de aviones que no lograron su objetivo,
han tenido en común la supervivencia de al menos, una persona, que tendrá que
aprender a vivir y convivir con lo sucedido, aunque no sea fácil.
Por un lado, la gente que llego a ayudar, a
riesgo de su propia vida. Por el otro, quienes se dedicaron a grabar, cual
reality show, lo que acontecía.
Tanto el vuelo del Chapecó, como este de La
Habana, vieron personas que, entre las llamas, intentaban salvar al prójimo.
Ver quienes intentan llevarse las pertenencias
ajenas, en medio de semejante situación, o el que protesta porque las
autoridades le retiran lo “caído del cielo”, y me duele tanto decirlo, porque a
los cubanos siempre nos enseñaron a sacrificarlo todo por los demás.
Ver tanta gente con lágrimas en los ojos, con
dolor de verdad en sus rostros, con preocupación por la gente que ni conocía, y
otros que suben sus videos a YouTube donde cuestionan a los que se sacrifican,
y se inventan represiones que no existieron para evitar que se vean defectos
que nunca mostraron.
En el futbol es habitual que se guarde un
minuto de silencio. Sucedió con el avión del Manchester, con el del
Chapecoense, y aquí, he visto fotos de juegos de béisbol de jóvenes, donde
todos guardaron luto por los fallecidos.
He visto la grandeza del verdadero ser humano,
la ayuda desinteresada. Vi a los colombianos del Atlético Nacional, contra los
que jugarían los brasileños, la final de la Copa Suramericana, ceder el titulo
tras la tragedia, y vi a quienes los criticaron por tan noble gesto, sobre todo
a medios de prensa de la parte sur de nuestro continente, incapaces de entender
o aprobar semejante grandeza.
Supe ahora, de agencias de viajes
estadounidenses que reservan boletos, libres de costo alguno, a familiares de
los fallecidos en La Habana. Vi los mensajes de presidentes, gobiernos,
personalidades de todo tipo, con el aliento a los cubanos tras el duro golpe.
No he visto, ni necesito, mensaje alguno de
cierto presidente “sancionero” y tan democrático
como una prisión. Y repito, no lo necesito, pero ojalá y a algunos se les quite
la venda.
Las redes sociales, tanto ahora, como cuando
el accidente del avión de los brasileños, están cargadas de mensajes. Pero también hay quien se burla de los
muertos, de los extranjeros que fallecieron, y hasta debate con otro miamense
las pérdidas que tendrán las damas de noche holguineras, en pleno Facebook.
Alguien subió a YouTube que este mismo avión
llevo al club mexicano Tigres, a su final de copa Libertadores en 2015. NO sé
si será cierto. A esta altura, no es importante.
NO existen adjetivos apropiados. Tratar de
encontrarlos, es intentar darle sentido a algo de que no lo tiene.
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