Por: Mario Herrera
No quiero entrar
en chovinismo y decir que La Habana es la ciudad más linda del mundo, pero es
una ciudad linda sin dudas. Linda y complicada con sus propias decadencias.
Mucho se ha
escrito de Ella. Dicen que la Sofía Coppola adora caminar por los portales de
la calle Monte, aunque este sucia y descuidada. Sabina, Serrat y tantos, pero
tantos otros le dedicaron tonadas y los cubanos escriben a cada rato para Ella.
Pero de a poco se
desmorona el sueño habanero. La incompetencia provoca imágenes tristes de una
ciudad que sufre el churre cotidiano y la falta de camiones para recoger la
basura. (Resulta que según un directivo de Comunales, hace falta una cantidad
tal de equipos y llegamos a un cuarenta por ciento de la necesidad, eso, cuando
están disponibles).
Y mientras sufren
los Insensócratas para idear cómo balancear la entrada de dinero, la salida y
la malversación por parte de ellos mismos, nosotros nos desilusionamos cada vez
más con la apariencia que tiene la ciudad; la comparamos con tiempos pasados,
nos preguntamos por los edificios que desaparecieron y vemos preocupados los
que ofrecen peligro real a transeúntes de caerles encima con toda la fuerza
devastadora de un derrumbe, pero tranquilos, nunca hay grúas hasta que se cae
un pedazo y lastima seriamente (si no le quita la vida) a alguien.
La Habana tiene un
encanto de todas formas que la hace única. Los que la viven no pueden olvidarse
de ella, la extrañan, la añoran. Los migrantes vienen y van, pero Ella no. Ella
deja lo que queda.
Los que la vivimos
deseamos que alguien capaz se haga cargo de Sus necesidades.
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